Búho y el tempano de hielo
Son las doce y media de la noche. Deambulo por la calle sin dirección, cabizbaja, triste y rota.
Llego sin querer a la parada del bus nocturno; un impulso me invita a subir.
Tomo el asiento junto a la ventanilla, dejando libre el del pasillo.
A mi alrededor, charlas y risas deseosas de fiesta.
En la próxima parada subes tú. El silencio se apodera del bus: has entrado como un témpano de hielo.
Te sientas a mi lado. Un escalofrío recorre todo mi cuerpo. El roce de tu piel con la mía me eriza el vello.
No sé si fue el azar, el destino o si tú lo has provocado, pero estás aquí, a mi lado, después de tanto silencio.
Me atrevo, tímidamente, a voltearme. Tu mirada, fija en la ventana, y de tus labios, un susurro:
—Te estaba buscando.
—Yo te estaba esperando.
Nuestras miradas se encuentran, el motor ruge, la ciudad duerme,
y nosotros nos dejamos llevar por la lujuria, bajo la atenta mirada del búho de la noche.
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